lunes, 30 de agosto de 2010

Una idea, una vida.

Miró hacia la ventana. Estaba sentado en una silla junto al escritorio donde colocaba todos los papeles escritos en los que explicaba sus sueños, sus sueños de cambio, sus profundas ideas, aquellos papeles que pretendía difundir algún día, pero que, como lo que contenían, era una mera ilusión.
Lo sabía. Por eso tan sólo se limitaba a sujetar su cigarrillo mientras observaba a los hombres de alto linaje pasar al lado de los transehuntes de la ciudad.
Se había deshecho de su moderna televisión en blanco y negro hacía ya un tiempo, no la necesitaba para ver el mundo, lo conocía sólo con mirar por la ventana.
Esa era su vida, observar el mundo desde una ventana en sus ratos libres mientras escribía lo que soñaba despierto y dormido, que no era más que una mejora para el mundo, o eso creía.
Se despertaba temprano, iba a trabajar sin apenas descanso por el precio de una vida "digna" compuesta por una barra de pan y una lata de conservas diaria y por un ático en una ciudad deshecha por el dolor de sus habitantes, por el humo de los puros que se deshacían en bocas de oro y por la contaminación acústica de las voces conformes que se limitaban a asentir.
A veces lograba conseguir un periódico del día anterior, o incluso guardaba monedas con poco valor que juntas acababan por convertirse en un bocadillo para algún mendigo de los alrededores.
Su monotonía... sabía que algún día acabaría, como todas las vidas humanas.
Pero él tenía algo que no tenían las bocas de oro que sujetaban puros, ni las manos que manejaban fajos de billetes, ni los pies que calzaban zapatos de piel, ni los cuerpos que vestían gabardinas grises.
Él tenía sus folios, su vida resumida en unas cuantas hojas de papel escritas a máquina.
Y cada folio comenzaba con la palabra libertad, cada día le despertaba el retumbar de la palabra igualdad entre sus oídos y cada mañana veía escrita la palabra solidaridad en los muros que sujetaban a esos cuerpos ya apagados que vivían de sus pequeñas monedas o de las "propinas" de los grandes burgueses de la zona. Ellos no tenían nada, pero él lo tenía todo, una idea, una ilusión... tenía conciencia.
Aquella noche apagó el cigarrillo mientras se despedía de su ático y de sus días, sabiendo que los pilares que le habían sujetado desde que él recordaba seguirían vivos. Su utopía, su razón, su verdadera vida.